Desde pequeños se nos trata de acostumbrar a no cometer ningún error. En cualquier ámbito de la sociedad. Y en especial en el educativo. Se ha considerado desde hace mucho tiempo que equivocarse es sinónimo de ineptitud. Es uno de los errores que se cometen educando.
Tanto si ocurre en las actividades de clase, como en los exámenes. En ocasiones, la persona que se equivoca recibe una crítica poco o nada constructiva. Esto genera estrés y pánico a ser preguntado. A veces, esta situación de nerviosismo conduce a olvidar lo aprendido, a «quedarse en blanco».
La consecuencia es que algunos estudiantes limitan su participación en el aula y sienten terror ante los exámenes. Porque este tipo de comportamientos afectan a la propia imagen que el estudiante tiene de sí mismo. Disminuyen su autoestima. Esto provoca un lastre en el proceso de aprendizaje porque el alumno acaba considerándose a sí mismo poco o nada capaz. Se construye una barrera invisible entre él y el conocimiento desde antes de abordar los temas o conceptos que debe aprender. Como no es capaz, de nada sirve que intente aprender, no conseguirá nada
Pero desde hace relativamente poco esta perspectiva está cambiando en la educación.
Cada vez más profesionales señalan que las equivocaciones son una más de las herramientas en el proceso consciente de aprendizaje. Con un alto impacto sobre todo en la autoevaluación y en el control personal sobre lo que se aprende y cómo se aprende.
Efectivamente, nadie está a salvo de cometer errores. Vivimos en un mundo imperfecto y nosotros mismos no somos perfectos. Así que es evidente que nos equivocaremos.
Partiendo de esta premisa, lo importante no es equivocarse o no. Lo importante es aprender de los errores que se cometen. Detectar porqué se han producido y trabajar para no repetirlos.
Para poder alcanzar este objetivo es fundamental dejar de considerar el error de forma negativa. Comenzar a tratarlo como un elemento normal en cualquier proceso de la vida. Incluido el aprendizaje. De este modo, la carga de prejuicios se desvanece y se puede comenzar a utilizarlos como herramienta en la construcción de conocimiento.
Cuando los estudiantes llegan a los estudios superiores, la concepción negativa del error suele estar muy afianzada en ellos. Se encuentran además en entornos en los que no se sienten socialmente cómodos. No suelen estar con sus amigos. Hay ya una inseguridad de partida. Puede ser complejo comenzar el curso con buen pie.
La educación superior tiene además un nivel de exigencia en muchas ocasiones mayor que la de los niveles inferiores. Esto aumenta aún más la carga de estrés.
Muchos profesores universitarios son conscientes de cómo el estrés y la ansiedad provocada por las situaciones sociales y el nivel de exigencia en la universidad afectan al aprendizaje de sus alumnos. Así, han comenzado a introducir el error como herramienta en la construcción de conocimiento.
Hablamos de un espacio en el que ningún alumno se sienta minusvalorado cuando se equivoca. Una vez que los estudiantes perciben una atmósfera tranquila pueden comenzar a reflexionar sin trabas y exponer sus ideas y dudas. También a través de las correcciones de actividades y exámenes. Con tutorías y revisiones que inciden en la explicación y no se limitan a señalar los fallos.
El docente entonces es capaz de abordar las equivocaciones desde otro ángulo. Incidiendo en las causas del error, desmontando su lógica y reconduciendo la argumentación. El estudiante comprende y asimila este mecanismo y es capaz de ponerlo en marcha de forma independiente. De este modo, es consciente de su proceso de aprendizaje. De dónde se encuentran sus lagunas y qué le resulta más complicado. Puede abordar entonces la materia según sus necesidades e introducir el error en su trayectoria académica. Y descubre que aprender es divertido y que tiene multitud de aplicaciones útiles en su vida diaria.
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